psicoanalisis y sociedad

El caballo y el diván

“Observa a los animales: cuán justos son, cuán honestos, cómo obedecen a lo que traen en sí, cuán fieles son a la tierra que los soporta, cómo repiten sus cambios habituales, cómo cuidan a sus crías, cómo van juntos por el alimento y cómo se atraen unos a otros al manantial. No hay uno que esconda su superabundancia de presas y así deje morir a sus hermanos de hambre. No hay uno que trate de imponer su voluntad a su misma especie. No hay uno que delire con ser elefante, aunque, en realidad, sea mosquito. El animal vive decente y fielmente la vida de su especie y nada por encima ni nada por debajo”

Carl G. Jung El Libro Rojo

El caballo lleva casi cinco mil años cargado en sus lomos al hombre. Con él ha convivido, ha luchado y ha muerto: con él ha tejido la cultura como ningún otro animal lo ha hecho. El vínculo entre ambos viene de antiguo. También la deuda que el hombre tiene con él es a perpetuo. No es por casualidad que su presencia y su imagen trasciendan el rol de mero objeto a disposición del hombre. Ha entrado en su piel y ha habitado su alma, por eso está en su espacio más íntimo –en su habla y en sus metáforas–, construyendo sus sueños, sus fantasías, sus símbolos y sus mitos. El caballo habita su inconsciente. Es por esto que el caballo sabe del hombre.  Le habla desde este espacio profundo, y le muestra sus complejos, sus frustraciones y miedos, sus sentimientos heridos, sus angustias y sus deseos más reprimidos, pero también la miseria a la que ha sido abocado. Al caballo no se le puede engañar.  Pero este saber equino no es recíproco. La criatura humana, por el hecho de hablar (eso lo hizo humano), se distanció de los animales y dejó de entenderlos. Perdió el paraíso y, sin ser dios, quedó suspendido en la ilusión patética de ser el rey de la creación. Tuvo que inventar la justicia, las virtudes, el amor, y un largo etcétera. Los caballos, el animal, no necesita nada de esto. Su vida es aparentemente más simple, pero a su verdad ya no puede acceder el hombre. A medio camino –sin poder volver a los orígenes, y con un porvenir incierto–, entre lo perdido y lo inseguro, quedó atrapado en el espacio de la angustia.

Fue el psicoanálisis –fue Freud–, quien, dejándose interrogar por la angustia, transitó el camino de la palabra (única forma de adentrarse en el alma humana), en busca de este objeto perdida para siempre, pero el único vestigio animal con el que se topó, testimonio del instinto aniquilado, fue la pulsión; pero también se encontró con el resultado de esa pérdida inaugural: el deseo. La vida humana –la que descubrió el psicoanálisis, la vida psíquica– está trenzada con esta terna: el deseo y la pulsión. Y la realidad a que da paso, no constituye sino el intento vano de edificar, de reparar, lo perdido para siempre

Fue el psicoanálisis pues quien descubrió que el caballo, situado entre el hombre y la naturaleza (entre el hombre y su inconsciente también), cumple como ningún otro animal una función media, pero no es su mediador. Ciertamente es por este vínculo ancestral, por esta presencia en la carne y en el alma, que el caballo ha podido devenir su mejor terapeuta auxiliar. Su presencia (inspira fortaleza y seguridad) y su imparcialidad (el caballo no juzga, es neutro), es al hombre lo que la piedra de Rosetta es a los jeroglíficos. Es desde este lugar que puede hablarle (como la esfinge lo hizo con Edipo) y mostrarle a modo de espejo, aquello de lo que está afectado, allí donde se quiebran sus anhelos, donde nacen sus miedos más arcaicos –los preverbales–, sus ansiedades más profundas. Lo no verbal del hombre, eso que no puede articular con palabras ni representarlo en su mente, eso que está en ese otro territorio del cual partió, pero que siempre vuelve, el caballo se lo muestra. Es por este valor de escritura –pero también de lector– que tiene el caballo que, ya desde Freud y Lacan, el psicoanálisis no deja de ocuparse  de él en tanto muestra cómo le afecta aquello de lo que partió, pero que a la vez  está en él, y escapa a cualquier intento de representación.

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