El psicoanálisis es más que una terapia. Excede sus propósitos y rebasa el propio sentido de terapia. Sus inicios lo sitúan en ese lugar angular: interrogado por el sufrimiento humano, por los síntomas que padecían los pacientes, Freud se adentró en el alma humana y salió con una respuesta que rebasaba los límites de lo estrictamente terapéutico: el sujeto humano consiste en un deseo, y su existencia consiste en las vicisitudes que le acontecen en el recorrido respecto a el, a saber: los modos de no querer saber de él, los modos de reprimirlo, su misma escritura o falta de ella. Freud entró con una pregunta sobre los síntomas y salió con una respuesta sobre el sujeto, la cultura y el hombre en todas sus dimensiones. Desarticular los nudos fantasmáticos que servían de andariveles a la cultura, le valió no pocos reproches, ninguneos por parte de la comunidad científica, enveses del destino que supo encajar y hacerlos prolíficos como pocos científicos pudieron.
Asumir ese significante, el psicoanálisis, es, entonces, continuar el camino inaugurado, y no errar en cuanto al lugar del psicoanalista, que para el aso, es el lugar de la falta, de la muerte.